Creo que estoy entrando en edad, además de tener espacio dentro del hogar, el área de la cocina debe tener ciertas especificaciones para estar cómodo en ella. Por ejemplo, un fregadero bastante grande es el palacio para fregar ollas o el reguero de utensilios a la hora de cocinar algo que conlleva muchos pasos. La cocina es ese lugar donde todo tiene su lugar, pero más importante, uno tiene que sentir que ese lugar te pertenece y puedes flotar en él para crear tus especialidades o tus desastres.
Tengo que admitir que vine a cocinar cuando me fui de casa a mis 22 años, nunca tuve el atrevimiento de reemplazar los platos de mami y abuela. La necesidad me llevó a poner en práctica todo lo que había visto. Gran parte de mis amistades han comido la comida de mami y, hasta ahora, ninguno me ha dicho: “Estaba malo, Gero”. Años después descubrí que casi cocino como ellas, aunque me falta mucho para alcanzarlas. Tengo el sazón, me falta la creatividad culinaria que parecen tener por naturaleza. Resultó ser que Melody también contiene ese don.
Mi menú no es tan variado como quisiera que fuese y me doy cuenta cada vez que recuerdo que en casa mami nunca cocinaba lo mismo. Lo que sobraba nos lo comíamos al otro día, pero luego venía otra receta y así sucesivamente. Entonces, ahora en nuestro hogar, es Melody quien siempre dice: “Vamos a intentar esto”. Si es por mí, admito que me quedo con mis 10 recetas a las cual añado una cada cierto tiempo donde aparece una chispa que quiere salir de su comfort zone culinario.
Cuando escribí: “No hay nada como la comida de casa”, lo puse de título por dos razones. La primera es que una amistad americana nos presentó a Melody y a mí si extrañábamos la comida de Puerto Rico. Por una parte, mencioné que no, porque con logramos conseguir ingredientes por acá que nos permiten cocinar comida puertorriqueña. Sin embargo, sí le dije que ambos sí extrañamos cómo cocinan la comida nuestros parientes porque nunca nos quedará igual a ellos. Como dije, por más que lo intentemos, no estamos ni cerca.
La segunda es que a veces llega ese momento del día donde nos toca cocinar, pero se siente la pesadez de sacar las cosas para comenzar el proceso. Titubeas con comer afuera y gastar dinero, pero, al final, optas por comer en casa. A la vez que comienzas el proceso, aunque el hambre esté haciendo presencia, la satisfacción de hacer comida en casa es única y el sabor que uno le da, también. Es un acto cultural que lo podemos llevar a donde quiera que vayamos; cada vez que hacemos arroz con habichuelas y pollo, volvemos un rato a casa.
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