Los días en que el Sol decide no salir: Un cuento a raíz de otro cuento
Una perspectiva ajena puede cambiar la nuestra acerca de un suceso común
—Otra vez será un día triste.
—¿Por qué lo dices?
—¿No ves? Está nublado, de nuevo. ¿Acaso el Sol no piensa salir? Sé que está ahí, le veo un poco.
Allí estaba mi nena molesta porque amaneció nublado y eso significaba que en algún momento del día iba a llover. Me recordaba tanto a mí. Yo era como ella, los días nublados me dañaban el rato de jugar afuera cuando de repente se tiraba el aguacero encima de todos nosotros y nuestros papás nos gritaban: “Entra que te vas a enfermar”. El resto del día me la pasaba mirando por la ventana para ver cuándo podía volver a salir.
—Claro que lo veo. Lo que no entiendo es porqué lo asocias a que será un día triste.
—Mami, bendito, pues te explico. Si está nublado, llueve; si llueve no puedo jugar afuera y si no puedo jugar afuera, me aburro aquí adentro.
—¿Así que yo te aburro?
—Ma’, no, no es eso.
—Jajaja, yo sé, yo sé. Solo te molestaba. Ven acá, te voy a contar algo.
—Por favor, no vengas con uno de tus sermones.
—Para nada, no será un sermón. Ya estás creciendo y eso significa que hay que hablarte sobre temas más serios. ¿Lo quieres escuchar o no?
—¿Cosas más serias? Uh, esto se pone interesante. Cuéntame, cuéntame.
Así estaba ella, era mi reflejo de esos años atrás. Hasta que un día, todo cambió. No porque los días dejaran de amanecer nublados, sino porque una persona me hizo cambiar de perspectiva y ahora me tocaba hacerlo a mí con mi nena. En aquel momento no sabía en dónde debía estar aquella persona, ni tan siquiera sabía si estaba viva. Solo sabía que me tocaba a mí pasarle a mi nena su perspectiva.
—Hubo un tiempo en que yo era como tú.
—¿Cómo que como yo?
—Pues así, desesperada por salir y maldiciendo cada vez que amanecía nublado.
—Pero si yo no he maldecido…
—En voz alta no.
—Ah bueno, me cogiste ahí. Sigue, sigue.
—Un día, una señora estaba vendiendo verduras y pan por casa cuando el aguacero la cogió. Nosotros le gritamos para que entrara y no se mojara. Ella, amablemente, entró y, tan pronto entró, me vio triste y molesta a la vez mirando por la ventana. Tus abuelos le habían ofrecido agua y comida, pero ella negó mientras iba caminando a paso lento hacia donde mí. Me preguntó qué me pasaba y yo le expliqué. Ella se quedó un rato pensativa y luego comenzó a hablar: “¿Te has preguntado alguna vez porqué asociamos los días tristes con los días nublados? La respuesta más común es por el color de las nubes. Ese color oscuro para muchos es uno lleno de tristeza”.
—Ay sí, es verdad, es un color bien feo. Mala mía, ma’. No vuelvo a interrumpir, no me mires así.
—Más te vale. Yo, simplemente, asentí y la continué escuchando: “Pero ¿te has puesto a pensar que quizás las nubes tienen ese color para que no podamos ver qué hace el Sol detrás de ellas? Si te has fijado, hay días que el tiempo en que el día está de esa forma es breve y otros días se prolonga demasiado. Eso solo significa la cantidad de tiempo que el Sol quiere tener para él. Es su momento de ser en privado sin estar siendo observado por ninguno de nosotros y eso debemos respetarlo”.
—Ma’, pero es que… Ok, me callo.
—Al igual que tú, yo no entendía muy bien. Hasta que me dijo: “Por tu cara, sé que no estoy siendo muy clara. Imaginemos que tu casa es de cristal y todo el pase por aquí, inclusive yo, puede ver lo que haces acá dentro. Eso no te incomoda del todo hasta que te das cuenta de que no hay ni un solo día en que puedas hacer algo sin ser observada. Un día decides comprar unas cortinas para cada pared de cristal de tu casa y los días que quieres estar para ti sin estar siendo observada, vas a cada cortina y las bajas el tiempo que necesites estar para ti”.
—Ahora sí entendí, pero lo que no entiendo todavía es qué te enseñó la señora y qué me quieres enseñar tú a mí.
—Hasta ahí llegó su relato, no me contó más nada.
—¡¿Qué?! ¿Y qué se supone que yo haga ahora?
—Quizás, lo mismo que hice yo.
—¿Y eso qué fue?
—Respetar los días en que el Sol decide no salir, no asociarlo con días tristes y aprovechar para cogerlos para mí, también.
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