Hace dos semanas fuimos a una boda. En ella, hubo una dinámica en donde amigos y familiares hablaron. Y, mientras hablaban, estaba observando al novio. Aguantó un buen rato hasta que no pudo más y comenzó a llorar de la emoción. Más adelante, la novia nos dijo que, usualmente, a él no le gustaba mostrar sus sentimientos ante las personas. Este tema lo tenía anotado desde hace un tiempo y ese ejemplo reciente fue otra razón para sentarme a escribirlo. Antes, para mí, llorar frente a desconocidos y decir “te amo” a conocidos era raro… Pero eso era antes, ahora lloro con facilidad y digo “te amo” porque, simplemente, así lo siento.
Si me preguntan, no recuerdo el momento exacto en el cual comencé a ser vulnerable. Sé que fue una de las pocas cosas que no aprendí en casa y, es de adulto, intentando precisar el momento donde me percato de esa verdad. De mis mayores, aprendí a ser amable, respetuoso, disciplinado, gracioso, pero cuando se trataba de los sentimientos, ¿cómo se supone que lo hiciera? No era algo que veía día a día. Las mujeres de mi familia son personas que no pueden esconder sus emociones, sin embargo, les conlleva tiempo acompañarlas de las palabras. Luego de varios: “¿Qué te pasa?”, es que deciden compartir su sentir. Eso sí, cuando se trata de algo sentimental, no aguantan el llanto. Especialmente, mami y mis abuelas. Dicho eso, de ese lado es que lloro cuando me emociono hablando o escribiendo. Pero la pregunta es, ¿y los hombres de mi vida?
Los hombres de por sí, dependiendo su background, no saben expresarse o, mejor dicho, no les gusta expresarse o, mejor mejor dicho, no quieren expresarse, o, mejor mejor mejor dicho, les da miedo expresarse. “Los nenes no lloran”, es lo más estúpido que he escuchado decirle un padre a su hijo, un tío a su sobrino, un abuelo a su nieto o un desconocido a un niño. Desde pequeños, esa limitación impuesta por un modelo a seguir no tiene su consecuencia hasta años más tarde. En muchas ocasiones, dejarle saber a alguien cómo verdaderamente se sienten lo asocian a debilidad y prefieren vivir de la apariencia, ni hablar del orgullo. No estar bien no es algo que se puede proyectar, según sus métricas.
No tan solo eso, la vulnerabilidad usualmente se asocia a lo triste que estamos, pero no, va más allá de eso. Podríamos incluir, el momento en que nos enamoramos, ¿cómo le dejamos saber a la otra persona que parezca genuino y no un libreto para parecer el que sí lo está, pero no tanto como realmente lo siente? O algo tan sencillo como lo mucho que queremos a algún familiar o amistad, pero les cuesta verbalizar hasta el más sincero cariño. ¿Por qué? Esa es la pregunta que nos persigue generación tras generación. Es fácil de contestar, pero ¿por qué se normalizó dicha conducta? Sabemos las terribles consecuencias de reprimir, en algunos casos, asesinato o suicidio.
Entonces, alrededor de todo esto, ¿en dónde quedan los hombres de mi vida? En la mayoría de las ocasiones, se esconden detrás de un chiste. Pocas veces se han sentado en la intimidad conmigo a verbalizar lo que sienten. Con el tiempo, he sabido interpretarlos y asumo que sus seres queridos alrededor de ellos, también. Pero es una tarea que cansa, ¿no? No siempre las interpretaciones son correctas. Estoy consciente de lo mucho que me aman aunque no me lo digan de manera directa constantemente, sin embargo, como escritor, imagina lo mucho que importan las palabras para mí.
Se piensa que esta conducta es de las generaciones anteriores y si les digo que la mayoría de mis amistades masculinas son iguales, ¿me creen? Misma edad y como quiera aunque el mundo les esté pasando por encima, hablar de memes es más fun. Con ellos, no dudo en llamarlos para hablar o escribirles individualmente para hacerles esas preguntas que no esperan. Ya cuando están en esa posición, fluyen y qué bien se siente escucharlos o leerlos. Reconozco que nuestra generación es más abierta a ser vulnerables porque los receptores son más empáticos y aprecian esos acercamientos a diferencia de antes.
Debido a la vulnerabilidad es que los lazos con mi comprometida, familia, amistades y hasta conmigo mismo son tan fuertes. El hecho de no tener que reprimir nada de lo que siento y pienso me da un poder que no imaginé que sólo bastaba con desnudarse sin temer a ser juzgado o a que utilicen esa honestidad en mi contra. En el momento en donde cambié el visualizar la vulnerabilidad como una vergüenza y reforzarla como una virtud parte de mi personalidad me ha traído los mejores vínculos y oportunidades. De igual forma, saber verbalizar mi sentir me trajo paz; por lo que quisiera tener la habilidad de transmitírsela a los hombres que me rodean y me leen.
Si no tienen con quien hablar, aquí estoy.
Mi libro El bachillerato: Donde todo y nada pasa está disponible en Amazon.
Si te gustó lo que leíste te invito a comentarlo, compartirlo en tus redes sociales y avisar a tus seres queridos sobre la existencia de este newsletter.
Muchas gracias por leerme, te lo agradezco.
Pensé que también ibas a hablar de los deportes, porque es en una de las pocas actividades que en la sociedad no se ve mal que los hombres expresen sus emociones.
Estoy intentando enseñarle a mi hijo que aunque el sea niño, puede llorar si quiere. Es difícil cuando los hombres (y algunas mujeres) de esta familia se pasan diciéndole “no seas nena” después de que se hiere y se pone a llorar. Siempre tengo que corregir a los adultos y dejarles saber que está bien que el llore. Espero que las cosas que yo le digo también se queden con él de grande y no solo lo que le digan los demás.