Maldita Querida ansiedad,
Cuando estaba en Puerto Rico, toda visita era bienvenida. Desde que estoy en Estados Unidos, las visitas deben ser más planificadas y dichas con tiempo de anticipación, la cultura acá es tan distante. Sin embargo, tú no te adaptas a las costumbres estadounidenses, sigues siendo boricua. Por ejemplo, son las 2 a.m., después de un día largo y por una posible conversación o suceso que tendré al otro día, decides aparecerte a esa hora para dialogar sobre cómo debería afrontar lo que viene y cuáles serán los diferentes escenarios, dependiendo lo que diga o haga. Nadie te invitó, nadie te dijo que pasaras, pero ahí estoy atendiéndote como si al otro día no tuviese que madrugar y lidiar con lo que sea que vaya a pasar.
A veces no ocurre al otro día, a veces es un momento que ni sé si llegará a pasar tan rápido como me lo haces ver. En la gran mayoría de las ocasiones, no pasa, ni tan siquiera cerca y eso es peor. Tantas y tantas noches atendiéndote para que luego haya sido en vano. Y si sólo nuestras interacciones fuesen en esas desveladas, no estaría escribiéndote esta carta. Nuestra dinámica no viene de ahora, nuestra dinámica proviene de mucho antes y, en aquellos momentos, no sabía que tenías nombre, no sabía que eras una causa y, por consiguiente, experimentaba los efectos. ¿U otra cosa era la causa y tú eras (eres) el efecto? Ni idea, ni idea si eres un sentimiento, una emoción, una causa, un efecto… Sólo sé que llevas en la sombra alrededor mío por un largo tiempo.
No sabía que tener la manía de pensar constantemente en el futuro era fruto de tu presencia. Me pregunto cuántas veces he dejado de estar presente por pensar en el mañana, y creando las posibles soluciones a los problemas que ni tan siquiera han llegado. Si es que son problemas, son bien pocas las veces en donde me has dejado ver sin caos. ¿Y sabes qué? Todas tus acciones son en silencio. Claro, en silencio para lo demás, a pesar de que soy funcional, te escucho, te siento y, como ya dije, te sigo atendiendo cuando apareces. ¿Qué podría pasar si no lo hago? No me contestes, no me interesa saber la respuesta… O quizás sí, pero no quiero darte ese poder, tampoco.
Aún así, no me siento especial por tus visitas o esa atención tan detallada que me brindas de vez en cuando o constante durante una semana entera; bajo tu itinerario te presentas ante muchas personas sin su consentimiento. Te he visto cómo destruyes otras vidas, otras rutinas, otros planes y muchos, pero muchos futuros con esa visión tan caótica. Sé que cuando leas esto vendrás con la excusa de que es en busca de protegerme, en este caso, protegernos, pero ¿bajo qué costo? ¿Dejando pasar horas de sueño? ¿Dejando pasar el hoy pensando en mañana? ¿Dejando que tomes el control de mis decisiones y pensamientos previos? La respuesta obvia a cada una de esas preguntas es “no, ni loco, ni pa’l carajo”, aunque la realidad es que requiere más trabajo que sólo responder.
No pretendo que luego de que leas esta carta desaparezcas como arte de magia. De mala suerte, no se te da bien el “ghosting”, por más que quisiera. ¿Sabes lo que es estar creando escenarios constantemente en contra de tu voluntad? No, no lo sabes, aunque crees ser una experta en ese departamento. Te preguntarás qué quiero haciéndote llegar este mensaje; quizás que estaría mejor si dejaras de visitarme de madrugada, quizás que dejaras de presentarte de por sí o quizás lo relevante que te hago ser en contra de todos mis deseos. No recuerdo cuándo fue la primera vez que tuvimos nuestro encuentro, posiblemente fue algún examen que tuve en escuela elemental y, a partir de ahí, te pasas poniéndome a prueba. La pregunta que me hago es, ¿hasta cuándo? Vuelvo y escribo, no contestes, lo descubriré solo, algún día, dentro de un tiempo; todavía no tengo de otra que lidiar contigo en silencio.
Con poco amor,
Tu mejor enemigo peor amigo
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