Ser hijo tampoco es fácil: Un examen a la inversa
Cuando crecemos nos fijamos en detalles que siempre estuvieron ahí
Desde que se nace, ya nuestros padres tienen una expectativa acerca de nosotros, esperan de nosotros lo mejor, y cuidado si más. Así que desde que nacemos tenemos una presión que ni sabemos que existe y nos vamos moldeando sin querer para no hacer quedar mal a nadie. A veces, no es una presión directa, sino que uno mismo se propone como meta no defraudar a quienes se jodieron toda una vida por uno y de eso es lo que vengo a hablar.
“Ser hijo tampoco es fácil” no se va por la línea de quejarnos de lo mucho que nos exigen nuestros padres o nos exigieron en su momento, sino por la línea de lo mucho que nosotros mismos nos exigimos para no ser un don nadie de la vida o como dirían: “un queda’o”. Nuestros padres nos exigían porque sabían que podíamos dar más, nosotros nos exigíamos más todavía porque sabíamos que ellos tenían razón, pero no podíamos darles la razón. Es la norma de la adolescencia.
Es de grande cuando sentamos cabeza y apreciamos todos los regaños que nos dieron, apreciamos los momentos en que confiaron en nosotros, metimos la pata y luego nos hablan acerca de nuestras acciones, porque en el momento uno no lo ve. No es fácil como hijo cumplir con unas expectativas que nunca les fueron dichas. Es como hacer un examen en el cual el maestro sabe que harás bien, pero no sabes nada de lo que viene ni las respuestas que espera que pongas.
Metiéndome en la cabeza de nuestros padres, ellos dirán: “Nosotros lo criamos, sabemos su potencial”. El punto es que uno sabe cuánto se fajaron para que Santa Claus y Los Reyes Magos llegaran, sabe cuánto se fajaron para darnos de comer día a día, sabe cuánto se fajaron para que pudieramos llegar a nuestras prácticas o inventos con los panas. Uno sabe todo eso, es por eso que no hace falta que digan nada.
No sé definir en qué momento en específico es que estamos consciente de toda esa fajaera que decimos: “Ahora me toca a mí fajarme por mí y los míos”. No recuerdo cuando me pasó a mí, solo pienso en el porvenir porque esta carga no se va cuando creces, al contrario, aumenta. No es como que uno crece, se va de casa y ya.
Eso no es así, nuestros padres siguen ahí, estén vivos o muertos, siendo los pilares de la persona que se es hoy. Solo piensa en la alegría que hay dentro de ellos cuando obtienes un logro y, cuando no lo tienes, en la confianza que hay dentro de ellos para decirte: “Tú puedes” y más nada. Palabras lo suficientemente precisas para entender porqué lo dicen.
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